Cecilia Bartoli ha decidido abrir su primera temporada como directora de la Ópera de Montecarlo con Alcina, uno de los títulos de Haendel con los que ha venido triunfando desde que debutó en el papel titular hace ahora nueve años, en enero de 2014, en la Opernhaus Zürich, precisamente con esta misma producción de Christof Loy que ahora se presenta en Montecarlo, para la que es primera representación escénica de la obra en esta sala. La cita se salda con las localidades agotadas para las cuatro representaciones previstas, y con un rotundo triunfo artístico.

Alcina ocupa uno de los lugares preeminentes en la historia de la recuperación en la época contemporánea de la producción operística haendeliana. Asociada fuertamente desde la década de 1950 a la personalidad vocal sin parangón posible de Dame Joan Sutherland, Aix-en-Provence presentó la obra en 1978 con Christiane Eda-Pierre como protagonista junto al Ruggiero de la misma Teresa Berganza que había encabezado con Sutherland en 1962 la grabación oficial pionera del título, debida a Richard Bonynge. A la Opéra national de Paris, Alcina llegó en 1999 con la producción ya legendaria de Robert Carsen que todavía se mantiene en el repertorio del teatro, con un reparto encabezado entonces por Renée Fleming, Susan Graham y Natalie Dessay, bajo la dirección de William Christie ; ocasión que también preservó el disco. En las primeras décadas de este por tantos otros conceptos desventurado siglo veintiuno, las fortunas de la maga parecen haberse multiplicado, de modo que se muestra capaz de atraer hacia sí las más importantes intérpretes como el personaje de la ópera acumula los más bellos amantes : entre otras, Arleen Augér, Anja Harteros (que protagonizó el papel en la Bayerische Staatsoper, y luego en la primera representación de una ópera barroca con instrumentos de época en la Wiener Staatsoper, además de en el Teatro alla Scala), Joyce DiDonato, Patricia Petibon, Emma Bell, Olga Peretyatko, Karina Gauvin, Jeanine de Bique… y la más reciente hasta el momento, Lisette Oropesa (el pasado otoño en el Covent Garden).

 

Esta fortuna del título en los tiempos modernos no parece que pueda explicarse única ni principalmente en cuanto vehículo para la exhibición de las habilidades y capacidades de la diva o los divos protagonistas. Al margen obviamente de la calidad superlativa de la música, la respuesta a buen seguro haya de buscarse en la propia materia dramática de la obra.

 

La trama de Alcina, inspirada como bien se sabe en los cantos VI y VII del poema épico Orlando furioso, de Ludovico Ariosto, es aparentemente sencilla. La hechicera que da título a la obra posee la capacidad de seducir a los hombres hacia la isla que gobierna junto con su hermana Morgana, y con o sin el uso de un filtro mágico, de hacerles olvidar su propio pasado y con ello de moldear su identidad y sus acciones, de la misma manera en que lo hará Gutrune con el héroe de su predilección. Sin embargo, como nuestra Maga es también pariente cercana o no de Zerbinetta, pronto se cansa de los encantos de sus caballeros, y quizá en busca del nuevo gran amor (Kommt der neue Gott gegangen…), les convierte en piedras, en animales, en objetos en suma inanimados. Hasta que con el caballero Ruggiero las cosas sucederán de una manera diferente. En primer lugar, porque va a acudir en persona a rescatar al héroe su intrépida prometida Bradamante, que para la ocasión se presenta bajo la apariencia de su propio hermano, Ricciardo, y acompañada por el tutor Melisso. En segundo y principal lugar, porque en esta ocasión, por algún motivo, Alcina parece haberse enamorado verdaderamente de Octavian-Ruggiero. De manera que a lo largo de la ópera asistiremos al proceso de liberación de Ruggiero de los encantos de Alcina, o lo que viene en este caso a ser igual, a la debacle de las artes de seducción de Alcina, que pasa de ser reina poderosa a mujer sola y abandonada, de la misma manera cruel en que ella misma había venido abandonando y cosificando a sus anteriores amantes. Junto con esta historia, se desarrolla en paralelo la del intento de seducción de Ricciardo-Bradamante-Fidelio por la maga menor Morgana-Marzelline, tentativa que igualmente terminará en fracaso y forzará a esta a refugiarse en la compañía de su inicialmente rechazado Oronte-Jacquino.

 

Se trata, como puede comprobarse, de seis personajes quizá no en busca de autor, pero desde luego en busca de su propio placer… y de su propia felicidad. Una historia en que la iniciativa y por tanto el rol dominante corresponde siempre al elemento femenino : es Alcina quien escoge a Ruggiero de la misma manera en que Morgana escoge a Ricciardo y después a Oronte, y de la misma manera en que Bradamante escoge (persigue) a Ruggiero. El hombre es en esta ópera, figurativa y literalmente, un objeto (básicamente inanimado) que la mujer elige o aparta de sí. Lo sintetiza Morgana, cuando Oronte le pregunta Ma cara, la mia doglia ?, con un inapelable Amar e disamar, questa è mia voglia.

 

Estamos por tanto ante una historia sorprendentemente contemporánea, en cuanto centrada en las vidas amorosas de varias mujeres, de edad indefinida pero en todo caso madura, que se enfrentan al mundo y sobre todo a sí mismas, en el proceso cíclico y para ellas crucial del amar e disamar, contra la luz del hecho cruel del envejecimiento, y con él de paulatina pérdida de los poderes mágicos que en un tiempo no tan lejano poseyeron. Los dilemas de Carrie Bradshaw y de sus neoyorquinas amigas no son tan diferentes de aquellos que han de resolver Alcina, Morgana y Bradamante.

 

La producción de Christof Loy es aparentemente simple, como la trama de la obra. Su idea central se puede enunciar de manera rápida : se trata de presentar la isla mágica de Alcina como el teatro de la ópera barroca, mundo en el que reina en apariencia la ilusión y la fantasía, pero en cuyo envés acechan el desengaño y la soledad. El acto primero nos presenta el esplendor del escenario, en Zürich pero no en Montecarlo elevado sobre una altura superior, con la pompa de los bailarines dibujando una exquisita coreografía y luego la aparición deslumbrante de la reina hechicera como la prima donna del espectáculo, y a su lado del amante Ruggiero como primo uomo, ataviados de manera fastuosa al modo arquetípico de la corte barroca. Esa irreal perfección empieza a quebrarse con la irrupción de Ricciardo-Bradamante y de Melisso, modernamente vestidos, en la parte inferior del escenario. El acto segundo nos muestra lo que parecen ser vestuarios o habitaciones de descanso de los artistas, comunicadas entre sí, en una parte trasera del edificio, por definición oculta a los ojos del público. La parquedad de la iluminación y la pobreza del mobiliario son el reverso del cosmos de dorados esplendores que muestra la cara exterior del teatro, y el ademán de los figurantes nos transmite la idea de un tiempo congelado : se amontonan aquí los que adivinamos ser pretéritos y descartados primi uomini, en lamentable atuendo de ropa interior, junto a la figura silenciosa e impotente de un Cupido anciano, presencias que tienen algo de la vejez vulnerada, expectante y ridícula de los personajes de Marthaler. El acto tercero se desarrolla sobre el escenario, pero en su parte posterior. La dramática iluminación de su cuadro inicial ratifica la idea de que vamos a asistir a un espectáculo (después de todo estamos sobre el escenario de un teatro), pero ya no va a ser un intermezzo de elegante glorificación de las deidades paganas, sino más bien el relato de la decadencia del reino. Veremos así como Ruggiero, que ha pasado a situarse firmemente (?) dentro la órbita de influencia de Bradamante (y de Melisso), se presenta ahora con el traje por comparación austero y "varonil" de un hombre moderno, y no podrá, llegada la acrobática y esperadísima aria Sta nell'Ircana pietrosa tana, evitar la muy "masculina" exhibición de sus facultades gimnásticas, número cuya coreografía espectacular y sentido humorístico hacen las delicias del público. Mientras que Alcina, abandonada, visibles los estragos del tiempo en su apariencia física, adopta una actitud suicida hasta convertirse, en la imagen final del espectáculo, en un objeto inanimado, un fetiche … una presencia que aparentemente solo es recuerdo y que sin embargo, la desesperación de Bradamante lo evidencia, posee la potencialidad de hacerse nuevamente real-actual.

 

Y sin embargo, Loy podría haber prescindido de todos estos recursos coreográficos, escenográficos y de vestuario, y aun así lo esencial de su producción se mantendría incólume, porque lo esencial es el retrato de cada uno de los personajes, a través de la profundización en su psicología, en el interior de sus personalidades.

 

En un espectáculo que como este se atiene rigurosamente a la peripecia dramatúrgica que traza el libreto, y que mediante la eliminación del personaje infantil de Oberto evidencia su designio de potenciar la concentración del discurso teatral, la incorporación de un personaje mudo como es el de Cupido es un signo fuerte de las ideas que pretende exponer o sugerir el regisseur. Máxime cuando ese Cupido, designado con tal nombre por si hubiera lugar a dudas como uno de los integrantes del reparto, adopta una apariencia opuesta a aquella que es dominante a lo largo de los siglos en la tradición iconográfica, pues aquí no se trata de un gracioso putto, de un niño travieso y ni tan siquiera de un adolescente, sino más bien de una mujer anciana, que contempla los acontecimientos sin tratar siquiera de interferir en su curso, como vagamente enajenada ; y que en el momento decisivo en que Ruggiero muestra por primera vez su rechazo a Alcina (aria del acto primero Sì, son quella, non più bella) adopta una apariencia y unos gestos especulares con los de esta (recurso explotado también en la producción de Damiano Michieletto). Frente al paso del tiempo, las flechas de este Cupido resultan tan ineficaces como nulo es el poder de la verga fatal que la Maga trata de enarbolar al verse abandonada por su amante. En otra ópera sobre el poder deletéreo del paso del tiempo, el Rosenkavalier visto por Barrie Kosky para Munich, la imagen de un Cupido anciano se hacía también presente sobre el escenario, como metáfora del anhelo del ser humano de amar y ser amado en cualquier edad.

 

El reparto es de absoluta excepción, en todos y cada uno de sus componentes, empezando por el cálido y teatral Melisso del bajo-barítono Péter Kálmán, que logra componer un personaje provisto de más pliegues de los que en principio propiciaría su única aria, la bellísima Pensa a chi geme d'amor piagata del segundo acto. El timbre de plausible nobleza, la amplitud del fraseo, y sobre todo la persuasividad única en la interpretación, son cualidades que pese a algún puntual desequilibrio en el acceso a la franja superior de la tesitura, invisten al personaje de una autoridad se diría que natural, como ya sucedía con su Publio de La clemenza di Tito, aun sin dejar de sugerir su capacidad de manipulación, de maniobrar con artes diversas de las de la Maga, pero al igual que ella con vistas a la consecución de una agenda propia.

 

Maxim Mironov, conocido sobre todo por sus interpretaciones rossinianas, recala en esta ocasión en la isla de Bartoli para resolver con una exultante suficiencia las dos arias que integran su parte, la rabiosa y dúplice Semplicetto ! a donna credi ? del acto primero, y sobre todo la reflexiva, radiante y serena Un momento di contento del acto tercero, música de una elevación y sencillez que hacen pensar en el Haendel que pocos años después de esta Alcina comenzaría a volcar sus energías en la composición de oratorios ; aria de la que por cierto se conserva una interpretación notable por parte de otro tenor rossiniano, Rockwell Blake. Más contenido y menos acrobático, en el caso de Mironov son de admirar el esmalte del timbre, la homogeneidad del color, la depuración clásica del fraseo ; y desde luego, la capacidad de integrarse como intérprete en el conjunto del espectáculo.

 

Varduhi Abrahamyan repite, con su Bradamante, la encarnación que ya llevó a cabo en Zürich tanto en la première de 2014 como en la reposición de 2017, y luego en el Teatro de los Campos Elíseos en 2018. Junto con Bartoli, es salvo error el único elemento del reparto que se ha mantenido inmutable desde el estreno de la producción. La voz oscura, torrencial y consistente de la cantante no solo conviene perfectamente a su personaje, sino que establece un oportuno contraste tímbrico con el color de los instrumentos de los otros solistas. En su caso, se trata de un virtuosismo vocal que no solo apabulla al oyente, sino que cobra una cierta cualidad (quizá buscadamente) mecánica, como en el aria del acto primero È gelosia, forza è d'amore, con sus irresistibles cascadas de notas ejecutadas con una perfección extraordinaria, que sugiere el talante algo upright y stiff del personaje, su afán de limitar mediante normas la libertad del jardín mágico. Pero el personaje está lleno de contradicciones : adalid aparente de un cierto orden moral y sexual frente al desenfreno de las prácticas de las hechiceras, no deja de resultar sugerente que, con su doble faz Bradamante-Ricciardo, sea el único (al menos en el caso de este reparto) que se presenta travestido, y que además, en el camino hacia la liberación de su esposo, vive un episodio cuando menos ambiguo con la apasionada Morgana, que la producción subraya perfectamente al mostrar en el segundo acto el ballo del amar e disamar de las dos parejas Alcina-Ruggiero y Morgana-Ricciardo. Y Abrahamyan, aun cuando no posea el timbre más sensual de la historia de la cuerda de contralto (escúchese lo que hacía Lucia Valentini Terrani con la sección central del aria Vorrei vendicarmi dal perfido cor), gracias a su disciplina y experiencia como intérprete y a las posibilidades que Loy le otorga, sabe también mostrar después a una Bradamante más relajada, literalmente en ropa interior, la del aria All'alma fedel del tercer acto, cuando la batalla parece haberse decantado en su favor y puede recuperar su personalidad femenina.

 

Los intérpretes de los tres principales roles tienen en común la circunstancia de ser todos ellos veteranos, no solo en sus respectivas partes sino también de manera más general, en su trayectoria como cantantes (y como seres humanos). Y ello les permite afrontar y resolver la interpretación con la intensidad, la riqueza y la inteligencia que solamente pueden brindar la madurez personal y artística, activos que en esta ópera sobre el desamor, la vejez y el desengaño, resultan ser mucho más determinantes que el mero brillo o destreza vocal, requisito necesario en cuanto lo impone la virtuosa escritura del Sassone, pero no suficiente.

 

Sandrine Piau llegó a encarnar (en Bruselas y Amsterdam, con Christophe Rousset, hay testimonio audiovisual) el papel de la Maga, pero es con el de su hermana menor que se ha medido en más ocasiones. La soprano francesa retiene una admirable pureza en la emisión, un registro agudo límpido, luminoso, cristalino, y un legato de tersura instrumental, junto con una dicción de irreprochable claridad. Pero lo relevante de su desempeño no es la constatación del buen estado en que continúan conservándose sus cualidades vocales, sino la manera en que la intérprete sabe hacer uso de ellas para retratar a un personaje que cobra tintes trágicos, en la conciencia de su propia fragilidad, en el miedo cerval a la soledad, en la inútil batalla frente a la decadencia. Piau logra, así, afirmar una visión alternativa y propia de un personaje que es más que una catarata de pirotecnias vocales o que el reverso ligero de la Reina de la Isla. Frente a la realización vocalmente deslumbrante y un tanto desquiciada de una Dessay o de una Fuchs, Piau encarna, profundizando en la senda de una Patrizia Ciofi o de una Anna Prohaska, el ideal de una Morgana que es mujer (estructuralmente) abandonada o con el terror de serlo, en la vejez o con el terror de alcanzarla, non più bella como dice de sí misma Alcina, en situación de muerte civil o con el terror de ser así considerada, como si creyese escuchar las palabras de Hofmannsthal, da geht die alte Fürstin Morgana. Por eso, de esta Morgana el espectador recordará menos el Tornami a vagheggiar que cierra el primer acto, más brillante y jubiloso en otras voces y en otras ocasiones, que el estremecedor Credete al mio dolore del tercer acto con el que, desnuda junto con el violonchelo y el continuo, suplica a su compañero de siempre (o de antes) que (pese a todo) no le deje abandonada.

 

Philippe Jaroussky ha marcado en estos últimos años un papel, el de Ruggiero, escrito para el castrato Carestini, que en los tiempos modernos se disputan los contratenores (como él o como Franco Fagioli) en franca desventaja ante las mezzosopranos (las antes citadas Teresa Berganza y Susan Graham, u otras como Vesselina Kasarova, Malena Ernman, Ann Hallenberg o Gaëlle Arquez). Aunque ni Fritz Wunderlich ni Renata Tebaldi ni Bryn Terfel, que no se adscriben en principio a ninguna de estas dos cuerdas, se privaron en su momento de cantar Verdi prati (en el caso del tenor alemán, el papel ‑más o menos- íntegro). El del cantante francés es en el momento presente un Ruggiero que no posee seguramente la lozanía de su primer acercamiento a la parte, en Aix-en-Provence 2015, la emisión un punto más seca y menos tersa, pero que ha profundizado en la psicología un tanto indecisa, incluso volátil, del personaje, que a lo largo de toda la ópera demuestra una capacidad aparentemente inagotable de permitir que los otros guíen su propio camino, al principio la hechicera Alcina, y más tarde el tutor Melisso y su inicial prometida Bradamante, como si se tratase de un juguete a merced de los vientos, o de un adolescente a merced de los influencers ; aunque Loy ha querido que el gesto final de su Ruggiero ponga de manifiesto que después de todo continuará, dentro del futuro previsible, preso del hechizo de Alcina. De este personaje proteico, que es como una página en blanco, y por ello mismo tan contemporáneo, no es fácil construir una personalidad más allá de la suma de sus notas, pero Jaroussky lo consigue precisamente asumiendo esa indefinición del carácter, esa permanente apertura zu neuen Taten, como si de un Siegfried atolondrado en el atolón de Alcina se tratara. El espectador retendrá, ante todo, su recreacion de Verdi prati, de extática belleza, como una mirada sobre un momento di contento en que el tiempo quedara detenido, y desde luego su entusiasmada realización de Sta nell'Ircana, acaso un punto menos exuberante desde el punto de vista atlético que en alguna ocasión pasada, pero en todo caso irresistible.

 

En la parte del personaje que da título a la obra, Cecilia Bartoli demuestra que todavía disponía de un margen para profundizar, vocal e interpretivamente, en una recreación que desde un inicio había sido saludada como muy importante, y que había reeditado tanto en Zürich (enero de 2017) como luego en París (Teatro de los Campos Elíseos, marzo de 2018) y más tarde en Salzburgo 2019, en este caso en producción de Damiano Michieletto, que volvió a presentar en Florencia en el pasado mes de octubre. El papel permite a la cantante, a lo largo del ramillete de seis arias que lo integran, desplegar un extraordinario caleidoscopio de los affetti elementales del ser humano : sensual, pero a la vez íntima y vagamente melancólica, como una Mariscala que acaba de despertar al lado de su amante y que comprende ya lo que habrá de suceder, en el aria de entrada Di'cor mio, quanto t'amai ; aterrada y súbitamente indefensa ante el rechazo de Ruggiero en Sì, son quella, non più bella, que le permite realizar un primer ejercicio de introspección en la personalidad de la mujer rechazada ; trágica, monumental y desbocada en Ah, mio cor, schernito sei, con una visceralidad en la expresión que hace pensar en la asimilación, en este lamento en que el grado de desgarro emocional del personaje amenaza con desintegrar la coherencia de su expresión verbal, de las posibilidades expresivas del cante flamenco del que la artista es admiradora confesa, y que definitivamente le sitúa más allá de sus previos acercamientos, en los que la sensación dominante era todavía la de un minucioso autocontrol, a despecho de dar rienda suelta a la espontaneidad, mientras que ahora la impresión es la de una intérprete en el pleno dominio de sus facultades, finalmente libre para asumir todos los riesgos. Mientras que en el número conclusivo del segundo acto, Ombre pallide, y en el curso del tercero, con sus dos arias Ma quando tornerai y Mi restano le lagrime, así como el terceto Non è amor, né gelosia, compone el retrato de una princesa en la decadencia, en una pendiente de degradación psicológica que le conduce de manera irremisible hacia la autodestrucción. La técnica de canto férreamente aplicada, el terciopelo líquido y tornasolado del timbre intacto tras más de tres décadas de carrera, la articulación del texto siempre diáfana e intencionada, el magnetismo irresistible de la presencia teatral (nada importa, o incluso se convierte en un instrumento teatral más, el condicionante de la lesión de rodilla con que la artista compareció en esta tarde sobre el escenario), hacen de esta Alcina un auténtico hito en la historia interpretativa del personaje. Otras Magas habrán puesto en juego medios más opulentos, o un talento dramático más extrovertido, y por supuesto cada una su propia personalidad intransferible ; pero Bartoli viene a establecer una suerte de gold standard, pues en su prestación se conjugan y equilibran canto espressivo de la mejor ley, con una encarnación teatral de tal veracidad, intensidad y vigor trágico, que el espectador llega a preguntarse donde empieza el personaje y donde termina la propia artista.

 

Finalmente, una creación de la propia Maga en funciones de moderna impresaria, la orquesta de Les Musiciens du Prince, que ratifica su categoría excepcional en el ámbito de los conjuntos de instrumentos de época, con un sonido de una riqueza y voluptuosidad extraordinarias (incluyendo el empleo generoso y muy característico de instrumentos de percusión), las que viene desplegando en cada ocasión cuando de la interpretación de la música de Haendel se trata, como sucedió ya con la Alcina salzburguesa de 2019. Si bien para estas representaciones creemos que el director Gianluca Capuano ha trabajado de una manera especial la realización de las secciones da capo de las arias, que aparecen convenientemente variadas y adornadas no solo por lo que respecta a la línea vocal, sino también a su realización instrumental, de una fantasía irresistible, que admira al oyente tanto como la capacidad que el director demuestra a lo largo de la noche para obtener una simbiosis entre el rigor intenso con que es sostenido el pulso de la música, de una coherencia poco menos que sinfónica, y la sensualidad de una línea musical siempre flexible en función del carácter de cada uno de los momentos, siempre atenta a cuanto sucede sobre el escenario. La búsqueda constante de un sonido bello a la vez que expresivo, el empleo de los abbellimenti no como un fin en sí mismos sino para profundizar en el contenido expresivo de las secuencias iniciales, la concepción de los instrumentos como voces con un cometido cantabile al lado de las voces de los cantantes, son principios que guían la interpretación y que la sitúan dentro de las coordenadas del más exquisito y depurado arte del belcanto.

 

¿Hace falta decirlo ? Las cuatro horas de representación son muy poco frente a tal panoplia de bellezas : el espectador quisiera mantenerse por siempre en la isla, preso del hechizo de la Maga. Quizá, al fin y al cabo, todos somos Ruggiero en busca de nuestra isla.

 

 

Georg-Friedrich Haendel (1685–1759)
Alcina (1735)
Opéra en trois actes d'après Orlando furioso (1516) poème épique de l'Arioste (1474–1533)
Livret repris de L'isola di Alcina, de Riccardo Broschi
Création : Londres, Covent Garden, 16 avril 1735

Direction musicale : Gianluca Capuano
Mise en scène : Christof Loy
Décors :  Johannes Leiacker
Costumes : Ursula Renzenbrink
Lumières :  Bernd Purkrabek
Chorégraphie : Thomas Wilhelm

Cecilia Bartoli : Alcina
Philippe Jaroussky :  Ruggiero
Sandrine Piau : Morgana
Varduhi Abrahamyan : Bradamante
Maxim Mironov : Oronte
Péter Kálmán : Melisso
Katharine Sehnert : Cupido

Petits rôles
Galia Bakalov, soprano
Vincenzo Cristofoli, baryton
Salvatore Taiello, ténor.

Danseurs :
Stefano De Luca, Oskar Eon, Erick Odriozola, Rouven Pabst, Lukasz Przytarski, Anatole Zangs,

Les Musiciens du Prince-Monaco

Production Opernhaus Zürich

Monte Carlo, Salle Garnier,; Vendredi 20 janvier 2023, 19h

Cecilia Bartoli a décidé d'ouvrir sa première saison en tant que directrice de l'Opéra de Monte-Carlo avec Alcina, l'un des titres de Haendel avec lesquels elle triomphe depuis ses débuts dans le rôle-titre il y a neuf ans maintenant, en janvier 2014, à l'Opernhaus Zürich (voir l’article du Blog du Wanderer : https://blogduwanderer.com/2014/02/11/opernhaus-zurich-2013–2014-alcina-de-georg-friedrich-haendel-le-7-fevrier-2014-dir-mus-giovanni-antonini-ms-en-scene-christof-loy-avec-cecilia-bartoli/ ), précisément avec cette même production de Christof Loy qui est aujourd'hui présentée à Monte-Carlo, d’ailleurs création de l'œuvre dans cette salle. L'événement a fait salle comble pour les quatre représentations prévues et a été un triomphe artistique retentissant.

 

Ouverture, magies du théâtre baroque

Alcina occupe l'une des places prééminentes dans l'histoire des reprises contemporaines de la production lyrique de Haendel. Fortement associée depuis les années 1950 à la personnalité vocale inégalée de Dame Joan Sutherland, Aix-en-Provence a présenté l'œuvre en 1978 avec Christiane Eda-Pierre dans le rôle-titre aux côtés du Ruggiero de la même Teresa Berganza qui avait participé avec Sutherland en 1962 l'enregistrement officiel pionnier du titre par Richard Bonynge.
À l'Opéra national de Paris, Alcina est arrivée en 1999 dans la production désormais légendaire de Robert Carsen qui reste au répertoire du théâtre, dans une distribution alors menée par Renée Fleming, Susan Graham et Natalie Dessay,  et sous la direction de William Christie ; une occasion dont le disque a également gardé la mémoire.

De la fin du XXe siècle et les premières décennies de ce malheureux (pour tant d’autres raisons)  XXIe siècle la fortune de la magicienne semble s'être multipliée, si bien qu'elle s'est montrée capable d'attirer les plus grands interprètes comme le personnage de l'opéra accumule les plus belles amoureuses  ou la belle fleur attire l’abeille : entre autres, Arleen Augér, Anja Harteros (qui a chanté le rôle à la Bayerische Staatsoper, puis dans la première représentation d'un opéra baroque avec des instruments d'époque à la Wiener Staatsoper, ainsi qu'au Teatro alla Scala), Joyce DiDonato, Patricia Petibon, Emma Bell, Olga Peretyatko, Karina Gauvin, Jeanine de Bique … jusqu’à la plus récente, Lisette Oropesa (l'automne dernier à Covent Garden).

Cette fortune du titre aujourd’hui ne semble pas s'expliquer uniquement (et principalement) comme un moyen pour les Divas de faire montre de leurs capacités et d’étaler leurs gosiers d’or dans le rôle-titre. En dehors, bien sûr, de la qualité superlative de la musique, la réponse doit certainement être recherchée dans le tissu dramatique de l'œuvre elle-même.

L'intrigue d'Alcina, inspirée comme on le sait des Chants VI et VII du poème épique Orlando furioso de Ludovico Ariosto, est apparemment simple. La sorcière qui donne son titre à la pièce a la capacité de séduire les hommes sur l'île qu'elle dirige avec sa sœur Morgane, et avec ou sans l'utilisation d'un filtre magique, de leur faire oublier leur propre passé et ainsi de façonner leur identité et leurs actions, tout comme Gutrune le fera avec Siegfried, son héros de prédilection. Cependant, comme notre Magicienne est aussi une plus ou moins proche parente de Zerbinetta, elle se lasse vite des charmes de ses chevaliers, et pour partir à la recherche du nouveau grand amour (Kommt der neue Gott gegangen…), elle se débarrasse des anciens et les transforme en pierres, en animaux, en objets inanimés. Jusqu'à ce que les choses se passent différemment avec le chevalier Ruggiero. D'abord parce que son intrépide fiancée Bradamante, qui apparaît pour l'occasion sous les traits de son propre frère, Ricciardo, et accompagnée du précepteur Melisso, viendra en personne au secours du héros. Ensuite, et surtout, parce qu'à cette occasion, pour une raison que la raison ne connaît pas, Alcina semble être véritablement tombée amoureuse d'Octavian-Ruggiero. Ainsi, tout au long de l'opéra, nous assistons au processus de libération de Ruggiero des charmes d'Alcina, ce qui signifie dans ce cas la débâcle des artifices de séduction d'Alcina, qui passe du statut de reine puissante à celui de femme seule et abandonnée, de la même manière cruelle qu'elle avait elle-même abandonné et chosifié ses amants précédents. À côté de cette histoire, il y a celle, parallèle, de la tentative de séduction de Ricciardo-Bradamante-Fidelio par la petite magicienne Morgane-Marzelline, tentative qui se solde également par un échec, l'obligeant à se réfugier auprès d'Oronte-Jacquino, qu'elle avait initialement rejeté.

Jeu des couples

Comme on peut le constater, ce sont six personnages, peut-être pas en quête d’auteur, mais certainement de leur propre plaisir… et de leur propre bonheur. Une histoire dans laquelle l'initiative et donc le rôle dominant correspondent toujours à l'élément féminin : c'est Alcina qui choisit Ruggiero de la même façon que Morgane choisit Ricciardo et ensuite Oronte, et de la même façon que Bradamante choisit (poursuit) Ruggiero. L'homme est dans cet opéra, au sens figuré et littéral, un objet (fondamentalement inanimé) que la femme choisit ou repousse. Morgane le résume quand Oronte lui demande Ma cara, la mia doglia ? par un sans appel Amar e disamar, questa è mia voglia .

Philippe Jaroussky (Ruggiero), Cecilia Bartoli (Alcina)

Il s'agit donc d'un récit étonnamment contemporain, dans la mesure où il se concentre sur la vie amoureuse de plusieurs femmes, d'âge indéterminé mais en tout cas mûres, qui se confrontent au monde et surtout à elles-mêmes, dans le processus cyclique et crucial pour elles d'aimer et de d’abandonner, à la lumière cruelle du vieillissement, et avec lui de la perte progressive des pouvoirs magiques qu'elles possédaient à une époque pas si lointaine. Les dilemmes de Carrie Bradshaw et de ses amies new-yorkaises ne sont pas si différents de ceux d'Alcina, Morgane et Bradamante.

Pile : illusion baroque

La production de Christof Loy est d'une simplicité trompeuse, comme l'intrigue de l'œuvre. Son idée centrale peut être rapidement énoncée : l'île magique d'Alcina est présentée comme le théâtre d'un opéra baroque, un monde dans lequel l'illusion et la fantaisie semblent régner, mais où la désillusion et la solitude se cachent en coulisses. L'acte I nous présente la splendeur de la scène, surélevée à Zurich mais pas à Monte Carlo, avec la pompe des danseurs dessinant une chorégraphie exquise, puis l'apparition éblouissante de la reine enchanteresse comme prima donna du spectacle, et à ses côtés l'amant Ruggiero comme primo uomo, somptueusement vêtu à la manière archétypale de la cour baroque. Cette perfection irréelle commence à s'effondrer avec l'irruption de Ricciardo-Bradamante et de Melisso, habillé de façon moderne, au fond de la scène. Le deuxième acte nous montre ce qui semble être des loges ou des espaces de repos pour les artistes, reliés entre eux, dans une partie arrière du bâtiment, par définition cachée aux yeux du public. La sobriété de l'éclairage et la pauvreté du mobilier sont à l'opposé du cosmos doré que l'on voit à l'extérieur du splendide théâtre, et les gestes des figurants donnent l'idée d'un temps figé : Ici sont rassemblés ce que l'on devine être des primi uomini déclassés et rejetés, dans des sous-vêtements pitoyables, aux côtés de la figure silencieuse et impuissante d'un Cupidon âgé, des présences qui ont quelque chose de la vieillesse violée, attendue et ridicule des personnages d’un Christoph Marthaler. L'acte III se déroule en fond de scène. L'éclairage dramatique de la scène d'ouverture confirme l'idée que nous allons assister à un spectacle (nous sommes, après tout, sur la scène d'un théâtre), mais il ne s'agira plus d'un intermezzo de glorification élégante de divinités païennes, mais plutôt de l'histoire de la décadence du royaume. Ainsi, nous voyons comment Ruggiero, qui s'est installé fermement ( ?) dans l'orbite d'influence de Bradamante (et de Melisso), est maintenant présenté dans le costume comparativement austère et "viril" d'un homme moderne, et ne peut, lors de l'aria acrobatique et très attendue Sta nell'Ircana pietrosa tana, éviter la démonstration très "masculine" de ses pouvoirs gymniques, un numéro dont la chorégraphie spectaculaire et le sens de l'humour ravissent le public. Tandis qu'Alcina, abandonnée, les ravages du temps visibles dans son apparence physique, adopte une attitude suicidaire jusqu'à devenir, dans la dernière image du spectacle, un objet inanimé, un fétiche.… une présence qui n'est apparemment qu'un souvenir et qui, pourtant, comme le montre le désespoir de Bradamante, possède le potentiel de redevenir réelle, hic et nunc.

Face : les coulisses et le réel

Et pourtant, Loy aurait pu se passer de toutes ces ressources chorégraphiques, scénographiques et de costumes, et même ainsi, l'essence de sa production serait restée intacte, car l'essentiel est le portrait de chacun des personnages, à travers l'approfondissement de leur psychologie, à l'intérieur de leur personnalité. Mais il fallait garder ce qui fait la grandeur du baroque : l’illusion.

Katherine Sehnert (Cupido), Cecilia Bartoli (Alcina)

 

Dans un spectacle comme celui-ci, qui adhère rigoureusement aux péripéties dramaturgiques esquissées dans le livret, et qui en éliminant le personnage enfantin d'Oberto montre son intention de renforcer la concentration du discours théâtral, l'incorporation d'un personnage muet comme Cupido est un signe fort des idées que le régisseur entend exposer ou suggérer. D'autant plus que ce Cupido, désigné par ce nom en cas de doute comme faisant partie de la distribution, adopte une apparence à l'opposé de celle qui a été dominante au cours des siècles dans la tradition iconographique, car il ne s'agit pas ici d'un putto souriant, d'un enfant espiègle ou même d'un adolescent, mais plutôt d'une femme âgée, qui contemple les événements sans même chercher à intervenir dans leur cours, comme si elle était vaguement étrangère ; et qui, au moment décisif où Ruggiero manifeste pour la première fois son rejet d'Alcina (aria de l'Acte I Sì, son quella, non più bella) adopte une apparence et des gestes reflétant ceux de cette dernière (ressource également exploitée dans la production salzbourgeoise  de Damiano Michieletto, voir ci-dessous).
Face au temps qui passe, les flèches de ce Cupidon sont aussi inefficaces qu’est nulle et non avenue la puissance de la verga fatal que la Magicienne tente de brandir lorsqu'elle se retrouve abandonnée par son amant. Dans un autre opéra traitant du pouvoir délétère du passage du temps, Der Rosenkavalier vu par Barrie Kosky pour Munich, l'image d'un Cupidon âgé était également présente sur scène, comme une métaphore du désir humain d'aimer et d'être aimé à tout âge.

Varduhi Abrahamyan (Bradamante), Péter Kálmán (Melisso)

La distribution est absolument exceptionnelle, dans chacune de ses composantes, à commencer par le chaleureux et théâtral Melisso du baryton-basse Péter Kálmán, qui parvient à composer un personnage avec plus de replis psychologiques que son unique air, le très beau Pensa a chi geme d'amor piagata du deuxième acte, ne le laisserait supposer au premier abord. Le timbre vraiment noble, l'ampleur du phrasé et surtout la singulière force de persuasion de l'interprétation sont des qualités qui, malgré quelques déséquilibres occasionnels dans les passages à l’aigu, confèrent au personnage une autorité naturelle, comme c'était déjà le cas avec son Publio dans La Clemenza di Tito, tout en suggérant encore sa capacité à manipuler, à manœuvrer avec des artifices différents de ceux de la Magicienne, mais tout comme elle, en vue de réaliser son propre plan.

Maxim Mironov (Oronte) Cupido (Katharine  Sehnert)

Maxim Mironov, connu surtout pour ses interprétations de Rossini, est sur l'île de Bartoli à cette occasion pour résoudre de manière éclatante les deux airs qui composent son rôle, le rageur et duplice Semplicetto ! a donna credi ? de l'Acte I, et surtout le réfléchi, radieux et serein Un momento di contento de l'Acte III, une musique d'une élévation et d'une simplicité qui fait penser au Haendel qui, quelques années après cette Alcina, commencerait à se consacrer à la composition d'oratorios ; un air dont, soit dit en passant, une remarquable interprétation par un autre ténor rossinien, Rockwell Blake, a survécu dans la mémoire des choses uniques. Plus sobre et moins acrobatique, on peut admirer chez Mironov l'émail du timbre, l'homogénéité de la couleur, la pureté classique du phrasé, et bien sûr sa capacité à s'intégrer en tant qu'interprète dans l'ensemble de la prestation.

Vardufi Abrahamyan (Bradamante)

Varduhi Abrahamyan répète, avec son Bradamante, l'incarnation qu'il a déjà donnée à Zürich tant lors de la création de 2014 que lors de la reprise de 2017, puis au Théâtre des Champs-Élysées en 2018. Avec Bartoli, elle est, sauf erreur, le seul élément de la distribution qui soit resté inchangé depuis la première de la production. La voix sombre, torrentielle et consistante de la chanteuse convient non seulement parfaitement à son personnage, mais offre un contraste timbrique opportun avec la couleur des instruments des autres solistes. Dans son cas, il s'agit d'une virtuosité vocale qui non seulement submerge l'auditeur, mais prend une certaine qualité mécanique (peut-être voulue), comme dans l'aria de l'acte I È gelosia, forza è d'amore, avec ses irrésistibles cascades de notes exécutées avec une extraordinaire perfection, suggérant la disposition quelque peu droite et rigide du personnage, son empressement à limiter par des règles la liberté du jardin magique. Mais le personnage est plein de contradictions : c’est l'apparent champion d'un certain ordre moral et sexuel face aux pratiques débridées des sorcières, mais il est suggestif que, avec son double visage Bradamante-Ricciardo, il soit le seul (du moins dans le cas de cette distribution) à apparaître travesti, et qui plus est, sur le chemin de la libération de son époux vit une aventure pour le moins ambiguë avec la passionnée Morgane, que la production souligne parfaitement en montrant au deuxième acte le ballo dell’amar e disamar des deux couples Alcina-Ruggiero et Morgana-Ricciardo.
Et Abrahamyan, même si elle ne possède pas le timbre le plus sensuel de l'histoire de la voix de contralto (écoutez ce que Lucia Valentini Terrani a fait dans la partie centrale de l'aria Vorrei vendicarmi dal perfido cor), grâce à sa discipline et à son expérience d'interprète et aux possibilités que Loy lui donne, sait aussi montrer une Bradamante plus détendue après, littéralement en sous-vêtements, celle de l'aria All'alma fedel au troisième acte, quand la bataille semble avoir tourné en sa faveur et qu'elle peut retrouver sa personnalité féminine.

 

Les interprètes des trois rôles principaux ont en commun le fait qu'ils sont tous des vétérans, non seulement dans leurs rôles respectifs mais aussi plus généralement dans leur carrière de chanteurs (et d'êtres humains). Et cela leur permet d'affronter et de résoudre l'interprétation avec l'intensité, la richesse et l'intelligence que seule la maturité personnelle et artistique peut apporter, des atouts qui, dans cet opéra sur le chagrin d'amour, la vieillesse et la désillusion, s'avèrent bien plus décisifs que le simple brio ou la dextérité vocale, une condition nécessaire dans la mesure où elle est imposée par l'écriture virtuose du Saxon, mais pas suffisante.

Sandrine Piau (Morgana) Maxim Mironov (Oronte)

Sandrine Piau a même incarné (à Bruxelles et à Amsterdam, avec Christophe Rousset, il existe un témoignage audiovisuel) le rôle d’Alcina, mais c'est avec celui de sa sœur cadette qu'elle s'est mesurée en plus d'occasions. La soprano française conserve une admirable pureté d'émission, un registre aigu limpide, lumineux, cristallin, et un legato d'une  grande douceur, ainsi qu'une diction d'une clarté irréprochable. Mais ce qui est pertinent dans sa prestation n'est pas la confirmation du bon état de conservation de ses qualités vocales, mais la manière dont l'interprète sait s'en servir pour dépeindre un personnage qui prend des accents tragiques, dans la conscience de sa propre fragilité, dans la peur intrinsèque de la solitude, dans la lutte inutile contre la décadence. Piau réussit ainsi à affirmer une vision alternative d'un personnage qui est plus qu'une cataracte de pyrotechnie vocale ou le revers léger de la Reine de l'île. À l'opposé de la performance vocalement éblouissante et quelque peu déséquilibrée d'une Dessay ou d'une Fuchs, Piau incarne, à la suite d'une Patrizia Ciofi ou d'une Anna Prohaska, l'idéal d'une Morgane qui est une femme (structurellement) abandonnée ou terrifiée de l'être, dans la vieillesse ou dans la terreur de l'atteindre, non più bella comme dit Alcina d'elle-même, dans une situation de mort civile ou dans la terreur d'être ainsi considérée, comme si elle croyait entendre les mots de Hofmannsthal, da geht die alte Fürstin Morgana. Ainsi, de cette Morgana, le public se souviendra moins du Tornami a vagheggiar qui clôt le premier acte, plus brillant et jubilatoire chez d'autres voix et en d'autres occasions, que du frissonnant Credete al mio dolore du troisième acte avec lequel, nue avec le violoncelle et le continuo, elle supplie son compagnon de toujours (ou d'autrefois) de ne pas la laisser (malgré tout) abandonnée.

Cecilia Bartoli (Alcina), Philippe Jaroussky (Ruggiero)

Ces dernières années, Philippe Jaroussky s'est imposé dans un rôle, celui de Ruggiero, écrit pour le castrat Carestini, qui, à l'époque moderne, est disputé par des contre-ténors (comme lui ou Franco Fagioli) en net désavantage par rapport aux mezzo-sopranos (les susdites Teresa Berganza et Susan Graham, ou d'autres comme Vesselina Kasarova, Malena Ernman, Ann Hallenberg ou Gaëlle Arquez). Bien que ni Fritz Wunderlich, ni Renata Tebaldi, ni Bryn Terfel, qui n'adhèrent en principe à aucune de ces deux catégories, n'aient été privés à l'époque de chanter Verdi prati (dans le cas du ténor allemand, le rôle – plus ou moins – dans son intégralité). Le chanteur français est actuellement un Ruggiero qui ne possède certes pas la fraîcheur de sa première approche du rôle, à Aix-en-Provence 2015, l'émission un peu plus sèche et moins lisse, mais qui a approfondi la psychologie un peu indécise, voire volatile, du personnage, qui, tout au long de l'opéra, fait preuve d'une capacité apparemment inépuisable à laisser les autres guider sa propre voie, d'abord la sorcière Alcina, puis le précepteur Melisso et sa fiancée initiale Bradamante, comme s'il était un jouet à la merci des vents, ou un adolescent à la merci de personnes influentes ; Mais Loy a voulu que le dernier geste de son Ruggiero indique clairement qu'il continuera, dans un avenir proche, à être sous le charme d'Alcina. De ce personnage protéiforme, qui est comme une page blanche, et donc si contemporain, il n'est pas facile de construire une personnalité au-delà de la somme de ses notes, mais Jaroussky y parvient précisément en assumant cette indéfinition du personnage, cette ouverture permanente zu neuen Taten, comme s'il s'agissait d'un atoll de Siegfried sur l'atoll d'Alcina.

Sta nell'Ircana, l'aria chantée par Philippe Jaroussky

Le spectateur retiendra surtout sa recréation de Verdi prati, d'une beauté extatique, comme un aperçu d'un moment de contentement où le temps s'est arrêté, et bien sûr son exécution enthousiaste de Sta nell'Ircana, peut-être un peu moins exubérante d'un point de vue athlétique que les fois précédentes, mais néanmoins irrésistible.

Cecilia Bartoli (Alcina)

Dans le rôle titre, Cecilia Bartoli montre qu'elle avait encore de la place pour aller plus en profondeur, vocalement et interprétativement, dans une recréation qui, dès le début, avait été saluée comme très importante, et qu'elle avait reprise à la fois à Zurich (janvier 2017) puis à Paris (Théâtre des Champs-Élysées, mars 2018) et plus tard à Salzbourg 2019, dans ce cas dans une production de Damiano Michieletto, qu'elle a présentée à nouveau à Florence en octobre dernier. Le rôle permet au chanteur, tout au long du bouquet de six airs qui le composent, de déployer un extraordinaire kaléidoscope des affects élémentaires de l'être humain : sensuelle, mais en même temps intime et vaguement mélancolique, comme une Marschallin qui vient de se réveiller à côté de son amant et qui comprend déjà ce qui va se passer, dans l'aria d'ouverture Di'cor mio, quanto t'amai ; terrifiée et soudainement sans défense devant le rejet de Ruggiero dans Sì, son quella, non più bella, qui lui permet d'effectuer un premier exercice d'introspection de la personnalité de la femme rejetée ; tragique, monumental et débridé dans Ah, mio cor, schernito sei, avec une viscéralité d'expression qui fait penser, dans cette complainte où le degré de déchirement émotionnel du personnage menace de désagréger la cohérence de son expression verbale, aux possibilités expressives du chant flamenco dont l'artiste est une admiratrice avouée, et qui la place définitivement au-delà de ses approches précédentes, où la sensation dominante était encore celle d'un contrôle méticuleux de soi, tout en laissant libre cours à la spontanéité, alors que maintenant l'impression est celle d'une interprète en pleine possession de ses moyens, enfin libre de prendre tous les risques. Alors que dans le dernier numéro du deuxième acte, Ombre pallide, et au cours du troisième, avec ses deux arias Ma quando tornerai et Mi restano le lagrime, ainsi que le terzetto Non è amor, né gelosia, elle compose le portrait d'une princesse en décadence, sur une pente de dégradation psychologique qui la conduit irrémédiablement vers l'autodestruction. La technique de chant, farouchement appliquée, le velours liquide et irisé du timbre intact après plus de trois décennies de carrière, l'articulation du texte toujours diaphane et incroyablement expressive, le magnétisme irrésistible de la présence théâtrale (le facteur conditionnant de la blessure au genou avec laquelle l'artiste est apparue sur scène ce soir n'a pas d'importance, voire devient un autre instrument théâtral), font de cette Alcina un authentique jalon dans l'histoire interprétative du personnage. D'autres Magiciennes ont pu mettre en jeu des moyens plus opulents, ou un talent dramatique plus extraverti, et bien sûr chacune avec sa propre personnalité intransmissible ; mais Bartoli en vient à établir une sorte d'étalon-or, car son interprétation combine et équilibre un chant expressif de premier ordre, avec une incarnation théâtrale d'une telle véracité, intensité et vigueur tragique, que le spectateur en vient à se demander où commence le personnage et où finit l'artiste elle-même.

 

Enfin, une création de la Magicienne elle-même dans le rôle d'impresario moderne, l'orchestre des Musiciens du Prince, ratifie son statut exceptionnel dans le domaine des ensembles d'instruments d'époque, avec un son d'une richesse et d'une volupté extraordinaires (y compris l'utilisation généreuse et très caractéristique des instruments à percussion), dont il fait preuve à chaque occasion lorsqu'il s'agit d'interpréter la musique de Haendel, comme ce fut déjà le cas avec l'Alcina de Salzbourg en 2019. Bien que pour ces interprétations, nous pensons que le chef d'orchestre Gianluca Capuano a travaillé de manière particulière la réalisation des da capo des arias, parce que ces sections apparaissent particulièrement variées et embellies non seulement au niveau de la ligne vocale, mais aussi dans leur réalisation instrumentale, d'une fantaisie irrésistible, L'auditeur admire la capacité du chef d'orchestre à réaliser, tout au long de la soirée, une symbiose entre la rigueur intense avec laquelle la pulsation de la musique est soutenue, avec une cohérence qui n'est guère moins symphonique, et la sensualité d'une ligne musicale toujours flexible selon le caractère de chaque moment, toujours attentive à ce qui se passe sur scène.
La recherche constante d'un son beau et expressif, l'utilisation des abbellimenti non pas comme une fin en soi mais pour approfondir le contenu expressif des séquences d'ouverture, la conception des instruments comme des voix ayant un rôle cantabile à côté des voix des chanteurs, sont des principes qui guident l'interprétation et la placent dans les coordonnées de l'art le plus exquis et raffiné du bel canto et placent le chef à un sommet conceptuel dans ce répertoire.

Inutile de dire que… Les quatre heures de représentation sont trop peu face à une telle panoplie de beautés : le spectateur voudrait rester éternellement sur l'île, emprisonné par le sortilège de la Magicienne. Peut-être qu'au final, nous sommes tous des Ruggiero à la recherche de notre possibilité d’une île.

Consulter notre article sur cette production dans le Blog du Wanderer à l'Opernhaus Zürich

Marschallin-Alcina (Cecilia Bartoli) et Cupido impuissant
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Antoine Lernez
Antoine Lernez aux lointaines origines hispaniques et très lié aux cultures latinoaméricaines, est juriste, spécialisé en droit international. Il parcourt donc le monde, et tel un autre Wanderer, il s’arrête quelquefois là où il y a un opéra, ce qui en fait un des meilleurs et des plus fins connaisseurs de l’art lyrique. Quelquefois, quand l’occasion fait le larron, il fait profiter Wanderersite.com de sa science par des articles fouillés.

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