Zúrich, Ópera, domingo 2 de octubre de 2022 a las 15:00 horas

La Opernhaus Zürich acomete la primera jornada de su nueva producción de la Tetralogía, tras el estreno en la pasada primavera de Das Rheingold, siempre con la dirección escénica y musical de los máximos responsables artísticos del teatro, Andreas Homoki y Gianandrea Noseda, y un reparto que aparece como una combinación de viejas y nuevas guardias wagnerianas, en el que llaman la atención dos importantes debuts en los roles de Siegmund y Brünnhilde. El esmero con el que el que ha sido preparado el proyecto se advierte en los buenos resultados globales obtenidos.

 

Aun cuando las dimensiones íntimas de la maravillosa Opernhaus Zürich hacen de ella a priori un teatro más adecuado para la música del siglo dieciocho que para los grandes dramas musicales wagnerianos, habida cuenta en especial de los importantes efectivos orquestales que requiere su interpretación, una mirada hacia la tradición del lugar pone en evidencia hasta qué punto la obra de Wagner forma parte esencial de la identidad de este teatro. No solamente por razones históricas, dada la conexión biográfica del compositor con la ciudad helvética, a la que llegó como un exiliado y en la que permaneció durante nueve años de su vida (desde 1849 hasta 1858), sino también atendiendo a la realidad del repertorio ofrecido a lo largo de las sucesivas temporadas. Si nos remontamos, en especial, al fructífero periodo de Alexander Pereira al frente de la institución, comprobamos como las obras de Wagner fueron presentadas regularmente, con directores musicales de primera categoría al frente de los correspondientes proyectos, como entre otros Franz Welser-Möst (que dejó registros oficiales de sus interpretaciones de Tannhäuser y Meistersinger), Bernard Haitink (responsable de un inolvidable Tristan… sin Waltraud Meier, y también de un Parsifal conservado audiovisualmente), Daniele Gatti (que presentó con gran éxito los Meistersinger de Kupfer y el Parsifal de Guth) o Ingo Metzmacher (que se ocupó igualmente de Tristan, y de un Tannhäuser, producción de Kupfer con las voces de Seiffert y Stemme). Tal profusión en la oferta wagneriana, y el alto nivel general de los resultados alcanzados, permiten concluir que no son tanto los condicionantes acústicos de la sala los que determinan la posibilidad misma de representar en ella las obras de Wagner, cuanto la capacidad del director musical de establecer un adecuado equilibrio entre escena y foso. En el caso de la Tetralogía, la producción precedente, estrenada entre 2000 y 2002, fue la de Robert Wilson, dirigida musicalmente en su estreno por Franz Welser-Möst, y en su última reposición por Philippe Jordan. Esta nueva de Homoki y Noseda que ahora se va desvelando va por un camino muy diverso del de aquella.

 

Al igual que ya sucedió en Das Rheingold (comentado en su día por Guy Cherqui), Homoki se aproxima a la magna obra wagneriana con un cierto afán de simplificación o de didactismo ; como si se asumiera un punto de partida según el cual todo cuanto puede llegar a decirse acerca del Ring hubiera ya sido dicho, y fuera en consecuencia necesario o al menos conveniente llevar a cabo una suerte de return to the basics, un regreso a las coordenadas elementales del drama, presentadas con una preocupación esencial por su legibilidad e inteligibilidad. De manera que visualmente la propuesta se puede identificar con una cierta estética de la sencillez, y de una funcionalidad made in Switzerland. Resultado de ello, en Das Rheingold y también ahora en Die Walküre, es que la producción de Homoki ofrece una espléndida posibilidad de acercamiento a la obra para aquella parte del público (incluyendo el sector infantil) que no se haya familiarizado de una manera previa con ella y en particular con los entresijos de su trama, puesto que tanto la historia relatada por el libreto como el carácter de cada uno de los personajes se presentan de una manera perfectamente clara. Efecto colateral (¿o buscado?) de tal aproximación, es que esta producción cuando menos no desagradará a aquella parte del público que comparte con el antes evocado Philippe Jordan la sensación de que en el mundo, o al menos en el mundo de la ópera, se ha caminado ya durante demasiado tiempo por el trillado camino del agonizante teatro de director a la alemana (sic). Sucede, sin embargo, que la simplicidad es con frecuencia algo que solo de una manera compleja es posible alcanzar ; y el trabajo de Homoki, lejos de decidirse a transitar de una manera decidida por la senda del minimalismo, se pierde acá y allá en un afán de ilustración o de creación de efectos sobreañadidos que suscita algún grado de perplejidad, o más simplemente, de insatisfacción.

 

La escena con la que se abre el acto primero es paradigmática a este respecto. Quizá no del todo seguro acerca de si la música de Wagner deja al público lo suficientemente claro que está sucediendo una tormenta, el regisseur tiene a bien añadir un efecto sonoro de truenos. Y ello no una vez, sino en repetidas ocasiones. Como igualmente conviene, parece ser, que el público entienda que es Wotan quien ha creado las condiciones para el encuentro entre Siegmund y Sieglinde, vemos aparecer al propio Wotan sobre la escena, a modo de un deus ex machina que es sin embargo invisible para los welsungos, que primero viene a empujar literalmente al héroe al medio del hogar de su hermana, y luego facilitará a esta el hidromiel necesario para que el guerrero pueda reponerse de su agotamiento. Ya más adelante en este acto primero, como quizá las palabras de Sieglinde relatando lo sucedido en la celebración de su matrimonio con Hunding no son lo suficientemente claras, Homoki nos hace ver ese momento, mostrando sobre el escenario no solo el monumental árbol en el que Wälse deja clavada la espada, sino también toda la hosca parentela del villano Hunding, ataviada con pesadas pieles para que no quede género de duda acerca de su identidad.

Hay en definitiva en la labor de Homoki, y la sensación se mantendrá a lo largo de los tres actos, una cierta tendencia hacia lo ilustrativo y hacia el subrayado de lo evidente, que lejos de reforzar la fuerza dramática de las correspondientes escenas, en no poca medida las banaliza. Y se constata igualmente un efecto perverso : en las raras ocasiones en que Homoki decide separarse de la letra de Wagner y dejarse seducir por la entrañable senda del "agonizante teatro de director a la alemana" (en la deliciosa expresión de Jordan), sus esfuerzos por añadir un elemento de interpretación personal son estériles o incluso contraproducentes. Le sucede al hacer que la muerte de Siegmund tenga lugar, de manera aparentemente accidental, por obra de la lanza de Wotan, que colocada en mal lugar atraviesa el cuerpo que no debía haber atravesado, como si por un momento nos hubiéramos trasladado al acto primero de La forza del destino ; la alteración en este punto del libreto ni se justifica en función de nada que hayamos presenciado de manera previa sobre el escenario, ni posee consecuencia alguna en el posterior curso de la representación, ni tan siquiera en la (muy convencional) resolución de esta escena final del acto segundo. En la función que se comenta, un fallo inopinado del mecanismo provocó que ni tan siquiera se partiera en dos mitades, como debía, la espada Notung, lo que no impidió que una tan valerosa como irritada Brünnhilde agarrase decididamente del brazo a Sieglinde y se dirigiese hacia el exterior de la escena, como una mamá que se marcha algo indignada con (y hacia) su hija, de un lugar poco recomendable. Y le sucede a Homoki igualmente al mostrar la Walkürenritt como una confrontación entre los sexos en la que se produce una inversión de los roles tradicionales de los géneros : las dominantes Walkyrias ataviadas con sus majestuosos yelmos en forma de cabeza de caballo triunfando de manera humillante sobre una prole de lamentables Helden ridículamente vestidos con largos camisones blancos, como si fuesen pacientes de un sanatorio, agrupándose de manera impotente, blandiendo espadas de juguete para tratar de defenderse en vano de las guerreras. Algo me evocó en este momento el recuerdo de la producción de Günter Krämer para Bastille, con sus guerreros desnudos que las Walkyrias se preocupaban de embalsamar ; evocación que no debe entenderse en términos de elogio.

 

Pero a pesar de estos momentos un tanto discutibles, la producción se sostiene en líneas generales, y permite disfrutar sin complicaciones mucho mayores que las apuntadas de la música. Como en Das Rheingold, Homoki se sirve de una escenografía rotatoria, cuyo uso (y por momentos abuso) nos permite descubrir (en esta ocasión, volver a ver) las diferentes estancias de la burguesa mansión de los dioses donde la acción se desarrolla, y en el segundo acto alternar entre la espléndida sala del Walhalla y un ambiente que quiere ser exterior, un paisaje nevado poblado de imponentes troncos, por el que deambularán los welsungos. Respetuoso con los símbolos fundamentales de la obra, o si se quiere con las exigencias mínimas que plantea el imaginario colectivo, Homoki nos hace ver la espada Notung, nos presenta a las Walkyrias con su cota guerrera, y hará aparecer en el acto tercero una gran roca ocupando el centro del escenario, que será la roca donde se encarame la Walkyria para su largo sueño. Pero no antes de que su padre, visiblemente destrozado por el dolor de perder a su favorita, se precipite desmadejadamente sobre la pétrea superficie, cayendo al suelo para ser consolado por ella mientras entona sus adioses. Y es que quizá lo que menos cabe objetar al trabajo escénico es la correcta gestión de los personajes en las sucesivas escenas de monólogo o diálogo, largas e importantes, en que se estructura la obra. De nuevo, sin proponer nada que se salga de los senderos ya explorados, Homoki realiza una labor que cabría calificar como explicativa o divulgativa, dejándose guiar por aquello que de manera evidente sugieren texto y música, lo que permite a cada uno de los personajes erguirse ante nuestros ojos con el necesario relieve. Así las cosas, la atención del espectador se concentra en la interpretación musical, y esta es de un nivel muy satisfactorio.

La dirección de Noseda se decanta por una aproximación eminentemente narrativa, de tempi fluidos pero no apresurados, atenta como corresponde a una buena labor de foso a las necesidades de los cantantes, en la que se alterna con un juicioso sentido del contraste el lirismo arrebatado con el impulso dramático, en función de las necesidades y ambiente de las sucesivas escenas, y siempre al servicio de la eficaz plasmación del drama ; aspecto este último en el que se emparenta con los propósitos de la regia. Su fogosidad, que en ciertos momentos se aproxima a una incandescencia bien controlada, le sitúa (al igual que en otras ocasiones) en la línea de su mentor Gergiev, o más atrás en el tiempo, de la opción interpretativa de un Solti. Esta vez más si cabe que en Das Rheingold, se tuvo la sensación de que el nuevo director musical de la casa ha dado con las claves de la acústica del teatro, logrando aquilatar las sonoridades de la orquesta wagneriana de manera que esta pudo establecer el diálogo necesario con los cantantes presentes sobre el escenario, sin abrumarles por completo. La orquesta de la Opernhaus, aun cuando no posee seguramente la sonoridad individual y característica de algunos de los grandes conjuntos de foso, respondió con la seguridad técnica que le es propia, convirtiéndose en el inicial encuentro entre los welsungos, gracias a la carnosa y sensual sonoridad de las cuerdas, en verdadera voz de los sentimientos amorosos que estos todavía no alcanzan, en ese punto del drama, a articular con la palabra.

 

El aspecto a priori de mayor interés en el reparto era el debut de Camilla Nylund en el papel de Brünnhilde. La excelente soprano finlandesa resuelve el reto con la suficiencia, la musicalidad y la seguridad que le caracterizan. La voz conserva un tono luminoso y radiante que permite identificar a su personaje como juvenil, y resulta por ello especialmente idónea para la Brünnhilde de esta primera jornada. Las notas agudas resuenan con insolencia, plenitud y facilidad ; otras de las más renombradas intérpretes recientes de este papel no han transmitido esta sensación de arrebato y de éxtasis guerrero al reproducir las celebérrimas interjecciones con que comienza la parte. Seguramente una mayor experiencia con el papel le permita introducir mayores pliegues en la escena de la Todesverkundigung, pero lo que esta Brünnhilde ya consigue es poner al espectador en todo momento de su lado ante la pureza del tono, la sinceridad de la expresión y la nobleza de los acentos, que componen el retrato de la maravillosa niña tan amada por Wotan.

 

En el papel del padre de los dioses, Konieczny retoma el cometido que ya incorporó en la pasada primavera en este teatro, y que ha ocupado asimismo su verano en Bayreuth. Intérprete muy experimentado y conocido por los wagnerianos, aun cuando ciertamente el timbre de su voz no posee la sedosidad ni por tanto transmite de una manera inmediata o natural la sensación de nobleza de otros Wotan del pasado y del presente, es un artista sólido como la roca a la que se encarama en la escena final, que nunca transmitió sensación de cansancio ; y capaz hoy, seguramente más cómodo y tranquilo que en otros escenarios, de un trabajo de matización con el texto que permitió redondear una recreación sin reproche de su gran monólogo del segundo acto. No pudimos, en esta sesión de matinée, escuchar la interpretación de Siegmund por el tenor norteamericano Eric Cutler, aquejado por una indisposición vocal, que sin embargo pudo mimar los gestos del personaje sobre el escenario, mientras que en uno de los laterales cantaba la parte del welsungo Magnus Vigilius, al parecer venido desde Copenhague a Zürich con muy poco tiempo para salvar la representación. No solamente por ello, sino por el trompeteante tono de su instrumento, y por la juvenil franqueza de su fraseo, merece elogios su desempeño.

 

La hermana y amante Sieglinde fue incorporada por Daniela Köhler, que ha sido este año en Bayreuth la Brünnhilde de la segunda jornada. Aportó en esta ocasión un instrumento claro, de tonos más bien metálicos, y compuso su personaje de una manera muy directa, menos erótica que efusiva, jugando la carta del apasionamiento, en lo que fue secundada desde el foso. Alcanzó su esperada frase del tercer acto O hehrstes Wunder ! con las necesarias reservas de potencia y fiato. Patricia Bardon, que ha desarrollado hasta el momento la parte más notable de su carrera en el repertorio barroco, cantó Fricka con un timbre ricamente sombreado y un verdadero sentido de la elegancia, bien conveniente a su personaje. Aun cuando el papel le conduce seguramente cerca del límite de sus posibilidades, en particular por lo que se refiere a las ascensiones en ciertos momentos algo tirantes a la franja superior, supo otorgar, ella sí, los convenientes matices a la furia de la diosa, imponer su presencia dominante y acorralar dialécticamente a Wotan, logrando en definitiva que la importante escena entre ambos alcanzara el efecto que debe producir.

 

Christof Fischesser es un Hunding de voz más clara que lo que es habitual escuchar en esta parte. El cantante sabe echar mano de su experiencia para decir con claridad y con la necesaria matización, con una autoridad que no tiene la necesidad de cargar las tintas y que por ello mismo se impone de una manera más rotunda, en frases como la tremenda Rüst uns Männern das Mahl ! En fin, el grupo de las Walkyrias se desempeñó de manera sonora, potente, desenvuelta, en una escena que Noseda resolvió por derecho, con muy generosas raciones de fuoco. Al final de la representación, éxito importante de un público que llenaba en su mayor parte la sala, para todos los intérpretes y quizá de manera especial para el Wotan de Konieczny. El Anillo de Zürich avanza con solidez.

Richard Wagner (1813–1883)
Die Walküre (1870)
Der Ring des Nibelungen
Ein Bühnenfestspiel für drei  Tage und einen Vorabend
Première journée.
Création le 26. juin 1870, Königliches Hof- und Nationaltheater, Munich
Création au Festival de Bayreuth le 14 août 1876

Direction musicale : Gianandrea Noseda 
Mise en scène : Andreas Homoki 
Décors : Christian Schmidt / Florian Schaaf
Dramaturgie : Werner Hintze / Beate Breidenbach
Lumières : Franck Evin

Siegmund : Magnus Vigilius / Eric Cutler
Hunding : Christof Fischesser
Wotan : Tomasz Konieczny
Sieglinde : Daniela Köhler
Brünnhilde : Camilla Nylund
Fricka : Patricia Bardon
Gerhilde : Julie Adams
Ortlinde : Justyna Bluj
Waltraute : Anna Werle
Schwertleite : Nana Dzidziguri
Helmwige : Sarah Cambridge
Siegrune : Simone McIntosh
Grimgerde : Freya Apffelstaedt
Rossweisse : Susannah Haberfeld

Philharmonia Zürich

Zürich, Opéra, dimanche 2 octobre 2022 à 15h

L'Opernhaus Zürich entame la première journée de sa nouvelle production de la Tétralogie de Wagner, après la première de Das Rheingold au printemps dernier, toujours dans la mise en scène d’Andreas Homoki, intendant de L’Opéra de Zürich et avec dans la fosse Gianandrea Noseda, le directeur musical en place à Zürich,  et avec une distribution qui apparaît comme une combinaison d'anciennes et de nouvelles gardes wagnériennes, dans laquelle se distinguent deux débuts importants dans les rôles de Siegmund et Brünnhilde. Le soin avec lequel le projet a été préparé est évident au vu du bon résultat global.

Tomasz Konieczny (Wotan)

Même si les dimensions intimes du merveilleux Opernhaus Zürich en font a priori un théâtre plus adapté à la musique du XVIIIe siècle qu'aux grands drames musicaux de Wagner, notamment en raison des grandes forces orchestrales requises pour leur exécution, un regard sur la tradition du lieu révèle à quel point l'œuvre de Wagner constitue une part essentielle de l'identité de ce théâtre. Non seulement pour des raisons historiques, étant donné le lien biographique du compositeur avec la ville suisse, où il est arrivé en tant qu'exilé et où il a séjourné pendant neuf ans de sa vie (de 1849 à 1858), mais aussi en fonction de la réalité du répertoire proposé au fil des saisons successives. Si l'on remonte, en particulier, à la période fructueuse d'Alexander Pereira à la tête de l'institution, on constate que les œuvres de Wagner étaient régulièrement présentées, avec des chefs d'orchestre de premier ordre à la tête des projets correspondants, comme, entre autres, Franz Welser-Möst (qui a laissé des traces officielles de ses représentations de Tannhäuser et de Meistersinger), Bernard Haitink (auteur d'un Tristan inoubliable.… sans Waltraud Meier, et aussi pour un Parsifal préservé sur le plan audio-visuel), Daniele Gatti (qui a présenté les Meistersinger de Kupfer et le Parsifal de Guth avec un très grand succès) ou Ingo Metzmacher (pour Tristan, et un Tannhäuser, la production de Kupfer avec les voix de Seiffert et Stemme). Une telle profusion d'offres wagnériennes, et le haut niveau général des résultats obtenus, amènent à conclure que ce ne sont pas tant les conditions acoustiques de la salle qui déterminent la possibilité même d'y interpréter les œuvres de Wagner, mais la capacité du directeur musical à établir un équilibre adéquat entre la scène et la fosse.

 

Dans le cas de la Tétralogie, la production précédente, créée entre 2000 et 2002, était celle de Robert Wilson, dirigée musicalement lors de sa création par Franz Welser-Möst, et lors de sa dernière reprise par Philippe Jordan. Ce nouveau projet de Homoki et Noseda, qui maintenant se dévoile progressivement, prend un chemin très différent de celui-là. Comme dans Das Rheingold (commenté par Guy Cherqui dans ce site, voir lien ci-dessous), Homoki aborde la grande œuvre de Wagner avec un certain souci de simplification ou de didactisme ; comme s'il partait d'un prérequis selon lequel tout ce qui pouvait être dit sur le Ring l'avait déjà été, et qu'il était donc nécessaire ou du moins commode d'effectuer une sorte de retour aux sources, un retour aux coordonnées élémentaires du drame, présenté avec le souci essentiel de sa lisibilité et de son intelligibilité. Ainsi, visuellement, la proposition peut être identifiée à une certaine esthétique de la simplicité et à une fonctionnalité made in Switzerland. Le résultat de cette démarche, dans Das Rheingold et maintenant aussi dans Die Walküre, est que la production de Homoki offre une splendide possibilité d'aborder l'œuvre pour la partie du public (y compris les enfants) qui ne la connaissait pas auparavant et en particulier les subtilités de son intrigue, puisque tant l'histoire racontée par le livret que le caractère de chacun des personnages sont présentés de manière parfaitement claire. L'effet collatéral (ou voulu ?) d'une telle approche est que cette production ne déplaira pas, au moins, à la partie du public qui partage avec le chef Philippe Jordan (qui s’est exprimé récemment à ce propos) le sentiment que le monde, ou du moins le monde de l'opéra, suit depuis trop longtemps le chemin bien usé du Regietheater (sic) à l'allemande, en voie de disparition. Il se trouve cependant que la simplicité est souvent quelque chose qui ne peut être atteint que de manière complexe ; et le travail d'Homoki, loin de décider d'emprunter la voie du minimalisme de manière déterminée, se perd ici et là dans un empressement à illustrer ou à créer des effets de superposition qui suscitent un certain degré de perplexité, ou plus simplement d'insatisfaction.

 

La scène avec laquelle s'ouvre l'acte I est paradigmatique à cet égard. N'étant peut-être pas tout à fait sûr que la musique de Wagner fasse suffisamment comprendre au public qu'un orage est en cours, le metteur en scène juge bon d'ajouter un effet sonore de coup de tonnerre. Et ce, non pas une fois, mais à plusieurs reprises. Comme il est tout aussi commode, semble-t-il, pour le public de comprendre que c'est Wotan qui a créé les conditions de la rencontre entre Siegmund et Sieglinde, on voit apparaître sur scène Wotan lui-même, tel un deus ex machina pourtant invisible aux Wälsungen, qui vient d'abord pousser littéralement le héros au milieu de la demeure de sa sœur, puis lui fournira l'hydromel nécessaire au guerrier pour se remettre de son épuisement. Plus tard dans l'Acte I, comme peut-être les mots de Sieglinde relatant ce qui s'est passé lors de la célébration de son mariage avec Hunding ne sont pas assez clairs, Homoki nous donne un aperçu de ce moment, montrant sur scène non seulement l'arbre monumental dans lequel Wälse laisse l'épée, mais aussi toute la parenté renfrognée du méchant Hunding, habillé de lourdes fourrures pour qu'il n'y ait aucun doute sur son identité.

Daniela Köhler (Sieglinde), Camilla Nylund (Brünnhilde)

En résumé, il y a dans le travail d'Homoki, et la sensation se maintient tout au long des trois actes, une certaine tendance à l'illustration et à la mise en évidence de l'évidence, qui, loin de renforcer la force dramatique des scènes correspondantes, les banalise dans une large mesure. Il y a aussi un effet pervers : les rares fois où Homoki décide de s'éloigner des textes de Wagner et de se laisser séduire par la voie attachante du "Regietheater à l'allemande" (selon la délicieuse expression de Jordan), ses efforts pour ajouter un élément d'interprétation personnelle sont stériles, voire contre-productifs. Il le fait en faisant mourir Siegmund, apparemment accidentellement, par la lance de Wotan, qui, mal placée, transperce le corps qu'elle n'aurait pas dû transpercer, comme si, pendant un instant, nous étions transportés à l'Acte I de La Forza del Destino ; la modification à ce stade du livret n'est pas justifiée par ce que nous avons vu précédemment sur scène, et elle n'a aucune conséquence sur le déroulement ultérieur de la représentation, pas même sur la résolution (très conventionnelle) de cette scène finale de l'Acte II.
Dans la représentation dont il est question ici, un pépin inattendu dans le mécanisme a fait que l'épée Notung ne s'est même pas divisée en deux moitiés, comme elle aurait dû le faire, ce qui n'a pas empêché une Brünnhilde courageuse et irritée de saisir résolument le bras de Sieglinde et de se diriger vers l'extérieur de la scène, comme une mère s'éloignant de manière quelque peu indignée avec (et vers) sa fille, d'un endroit mal famè. Et Homoki fait de même en montrant le Walkürenritt comme une confrontation entre les sexes dans laquelle les rôles traditionnels sont inversés : les Walkyries dominantes dans leurs majestueux casques à tête de cheval triomphant de manière humiliante d'une couvée de pitoyables Helden ridiculement vêtus de longues chemises de nuit blanches, comme s'ils étaient des patients dans un sanatorium, se blottissant sans défense, brandissant des épées jouets pour tenter de se défendre en vain contre les guerrières. Quelque chose m'a rappelé à ce moment-là le souvenir de la mise en scène de Günter Krämer pour Bastille, avec ses guerriers nus que les Walkyries ont pris soin d'embaumer ; une évocation qui ne doit pas être comprise comme un éloge.

Tomasz Konieczny (Wotan), Sarah Cambridge (Helmwige), Julie Adams (Gerhilde), Justyna Bluj (Ortlinde), Anna Werle (Waltraute), Simone McIntosh (Siegrune), Susannah Haberfeld (Rossweisse), Freya Apffelstaedt (Grimgerde), Nana Dzidziguri (Schwertleite)

Mais malgré ces moments quelque peu discutables, la production se tient dans l'ensemble, et nous permet d'apprécier la musique sans beaucoup plus de complications que celles mentionnées ci-dessus. Comme dans Das Rheingold, Homoki a recours à une scénographie tournante, dont l'usage (et parfois l'abus) permet de découvrir (à cette occasion, de revoir) les différentes pièces de la demeure bourgeoise des dieux où se déroule l'action, et au deuxième acte d'alterner entre la splendide salle du Walhalla et un environnement qui se veut extérieur, un paysage enneigé peuplé de troncs imposants, à travers lequel errent les Wälsungen. Respectueux des symboles fondamentaux de la pièce, ou, si l'on veut, des exigences minimales de l'imaginaire collectif, Homoki nous montre l'épée Notung, nous présente les Walkyries dans leurs manteaux de guerriers, et au troisième acte, il fait apparaître au centre de la scène un grand rocher qui sera celui sur lequel la Walkyrie montera pour son long sommeil. Mais pas avant que son père, visiblement brisé par la douleur d'avoir perdu sa préférée, ne se précipite lamentablement sur la surface pierreuse, tombant au sol pour être réconforté par elle alors qu'il fait ses adieux.

 

Et l'aspect le moins répréhensible du travail scénique est peut-être la gestion correcte des personnages dans les scènes successives de monologue ou de dialogue, longues et importantes, dans lesquelles la pièce est structurée. Une fois de plus, sans rien proposer qui sorte des sentiers battus, Homoki réalise un travail que l'on pourrait qualifier d'explicatif ou d'informatif, se laissant guider par ce qui est clairement suggéré par le texte et la musique, ce qui permet à chacun des personnages de se détacher devant nos yeux avec la pertinence nécessaire. Ainsi, l'attention du public est concentrée sur la performance musicale, qui est d'un niveau très satisfaisant. La direction de Gianandrea Noseda opte pour une approche éminemment narrative, avec des tempi fluides mais non précipités, attentive comme il sied à un bon travail de fosse aux besoins des chanteurs, dans laquelle il alterne avec un sens judicieux du contraste le lyrisme exalté avec l'élan dramatique, selon les besoins et l'atmosphère des scènes successives, et toujours au service de la mise en forme efficace du drame et très lié aux objectifs de la mise en scène. Sa fougue, qui frôle à certains moments une incandescence bien maîtrisée, le place (comme en d'autres occasions) dans la lignée de son mentor Gergiev, ou plus loin dans le temps, du choix interprétatif d'un Solti. Cette fois, plus encore que dans Das Rheingold, on a eu le sentiment que le nouveau directeur musical maison avait trouvé les clés de l'acoustique du théâtre, parvenant à affiner les sonorités de l'orchestre wagnérien de manière à ce qu'il puisse établir le dialogue nécessaire avec les chanteurs sur scène, sans les submerger complètement. L'orchestre de l'Opernhaus, qui ne possède certes pas la sonorité individuelle et caractéristique de certains grands ensembles de fosse, a répondu avec sa propre assurance technique, devenant dans la rencontre initiale entre les jumeaux, grâce à la sonorité charnue et sensuelle des cordes, la véritable voix des sentiments amoureux qu'ils ne sont pas encore capables, à ce moment du drame, d'articuler avec des mots.

 

L'aspect le plus intéressant de la distribution était les débuts de Camilla Nylund dans le rôle de Brünnhilde. L'excellente soprano finlandaise relève le défi avec la sécurité, la musicalité et l'assurance qui la caractérisent. Sa voix conserve un ton lumineux et rayonnant qui permet d'identifier son personnage comme étant jeune, et convient donc particulièrement à la Brünnhilde de ce premier jour. Les notes aiguës résonnent avec insolence, plénitude et aisance ; d'autres interprètes récents et plus renommés de ce rôle n'ont pas transmis ce sentiment de ravissement et d'extase guerrière lorsqu'ils ont reproduit les célèbres Hojotoho avec lesquelles la partie commence. Il est certain qu'une plus grande expérience du rôle lui permettra d'introduire de plus grandes nuances dans la scène de la Todesverkundigung, mais ce que cette Brünnhilde réussit déjà, c'est à mettre le spectateur de son côté à tout moment avec la pureté du ton, la sincérité de l'expression et la noblesse des accents qui composent le portrait de la jeune fille merveilleuse tant aimée de Wotan.

 

Dans le rôle du père des dieux, Konieczny reprend le rôle qu'il a joué au printemps dernier dans ce théâtre, et qui a également occupé son été à Bayreuth. Interprète très expérimenté et bien connu des wagnériens, même si le timbre de sa voix manque certainement de soyeux et ne transmet donc pas immédiatement ou naturellement le sentiment de noblesse d'autres Wotan d'hier et d'aujourd'hui, c'est un interprète solide comme un roc, ne donnant jamais une impression de fatigue ; et capable aujourd'hui, certainement plus à l'aise et confortable que sur d'autres scènes, d'un travail de nuance avec le texte qui a permis une recréation sans faille de son grand monologue du deuxième acte.

 

Nous n'avons pas pu, lors de cette séance de matinée, entendre l'interprétation de Siegmund par le ténor américain Eric Cutler, souffrant d'une indisposition vocale, qui a néanmoins pu mimer les gestes du personnage sur scène, tandis que sur l'un des côtés, Magnus Vigilius chantait le rôle , venu apparemment de Copenhague à Zürich avec très peu de temps pour sauver la représentation. Non seulement pour cela, mais aussi pour la sonorité de trompette de son instrument, et la jeunesse directe de son phrasé, sa performance mérite des éloges. La sœur et amante Sieglinde est interprétée par Daniela Köhler, qui a été la Brünnhilde de Siegfried cette année à Bayreuth. Elle a apporté à cette occasion un instrument clair, plutôt métallique, et a composé son personnage de manière très directe, moins érotique qu'effusive, jouant la carte de la passion, dans laquelle elle a pu dominer la fosse. Elle a atteint sa phrase tant attendue du troisième acte O hehrstes Wunder ! avec les réserves nécessaires de puissance et de souffle.

 

Patricia Bardon, qui a jusqu'à présent développé la partie la plus remarquable de sa carrière dans le répertoire baroque, a chanté Fricka avec un timbre richement nuancé et un réel sens de l'élégance, bien adapté à son personnage. Même si le rôle la pousse certainement aux limites de ses possibilités, en particulier en ce qui concerne les montées parfois un peu tendues dans les aigus, elle a su donner les bonnes nuances à la fureur de la déesse, imposer sa présence dominante et coincer dialectiquement Wotan, en veillant finalement à ce que la scène importante entre les deux atteigne l'effet qu'elle était censée produire. Christof Fischesser est un Hunding à la voix plus claire qu'on ne l'entend habituellement dans ce rôle. Le chanteur sait puiser dans son expérience pour dire clairement et avec les nuances nécessaires, avec une autorité qui n'a pas besoin d'être exagérée et s'impose donc avec plus de force, dans des phrases comme le formidable Rüst uns Männern das Mahl ! En fin de compte, le groupe des Walkyries s'est produit de manière sonore, puissante, sans retenue, dans une scène que Noseda a résolu avec justesse, avec des moments très généreux en fuoco. À la fin de la représentation, le public de la salle bien remplie a salué l’ensemble par un grand succès, pour tous les interprètes et peut-être surtout pour le Wotan de Konieczny. Le Ring de Zürich va de mieux en mieux.

Tomasz Konieczny (Wotan), Camilla Nylund (Brünnhilde)

 

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Antoine Lernez
Antoine Lernez aux lointaines origines hispaniques et très lié aux cultures latinoaméricaines, est juriste, spécialisé en droit international. Il parcourt donc le monde, et tel un autre Wanderer, il s’arrête quelquefois là où il y a un opéra, ce qui en fait un des meilleurs et des plus fins connaisseurs de l’art lyrique. Quelquefois, quand l’occasion fait le larron, il fait profiter Wanderersite.com de sa science par des articles fouillés.
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